Columna alba sobre el desgano que produce ver a Colo Colo a algunos de sus hinchas, por la actitud y el poco sacrificio que muestran algunos jugadores.
A mí antes me encantaba ver fútbol. Sobre todo los partidos de Colo Colo. Eran 90 minutos que se me pasaban volando, distraído gracias al sólo hecho de ver jugar al equipo de mis amores. El fanatismo llegaba a tal punto que una vez hice que adelantaran el funeral de mi tata (colocolino, de esos que se extrañan), porque no alcanzaba a llegar a ver por televisión el primer tiempo del Cacique (ahora, más maduro me avergüenzo de esa insensibilidad, pero sé que mi abuelo querido me entendió donde sea que esté).
Pasaron los años y el fanatismo se mantuvo: siempre ordené mi semana en torno al partido del Colo. Fue así como, entre muchas cosas más, perdí pruebas en la U, hice lo posible por cambiar cumpleaños, llegué tarde a matrimonios, recorrí pueblos buscando una tele con el canal que diera el partido, me corrí de reuniones familiares e incluso, estando fuera de Chile, preferí quedarme en el hotel siguiendo como sea el encuentro.
Pero este Colo Colo, el mismo de los últimos dos años, está logrando lo que alguna vez mi entorno pensó que sería imposible: sosegar esa intensa necesidad de ver un partido. Y ojo, que esto lo escribo con dolor, porque para mí Colo Colo es algo fundamental en mi vida. Pero no éste pobre intento de equipo vestido de Colo Colo.
La displicencia con la que tocan cada pelota. La inexplicable tranquilidad con la que se mueven en la cancha. O la preocupante falta de amor a la camiseta que tiene un porcentaje grande de jugadores de este plantel, no merece mi fanatismo irracional y creo que el de ninguna persona.
Da pena, pero ver a Colo Colo es una gran lata. El juego ante Huachipato se me hizo eterno (lo mismo el del jueves ante Pasto). Ver un partido ante un rival discreto, donde casi no hubo llegadas al arco. En el que los jugadores salían caminando cada vez que recuperábamos el balón (más por error de los acereros que méritos nuestros). Y en el que se reclamaba cada pelota perdida por faltas inexistentes, en vez de correr como si fueras a perder la vida si no recuperas el balón, me terminó agotando. En un momento pensé hasta en tirar el control contra el televisor por culpa de la impotencia que da ver a estas “vacas”.
Entiendo que el de Talcahuano fue un partido especial, porque los jugadores venían de un viaje agotador desde Colombia, pero eso para un colocolino no es excusa, porque uno siempre espera que el jugador albo de algo más de lo normal. No tanto por el exitismo que nos achacan algunos rivales que no saben de triunfos, sino porque Colo Colo es sinónimo de excelencia y sacrificio. Y eso es lo que uno espera ver cada domingo.
Triste momento el de Colo Colo. Triste también por don Gustavo Benítez, porque salvo algunos cambios malos durante la presente temporada, el profe no tiene la culpa de tener jugadores sin el nivel mínimo para vestir la camiseta alba. Espero, de todo corazón, que esta lata que me está dando ver a Colo Colo se pase pronto. Y espero que no le ocurra a nadie más, porque perder esa pasión de ver al equipo de tus amores es una sensación que no se la deseo a nadie.
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